martes, 7 de octubre de 2014

(VIDEO) EL JARDÍN SURREALISTA, EN SAN LUIS POTOSÍ

Es imposible pasear por la finca de Xilitla, enclavada en plena Sierra Gorda, al sur del estado mexicano de San Luis de Potosí, sin arquear las cejas y apretar los labios ante la contemplación del delirio. A lo largo y ancho de 40 hectáreas de lujuriante vegetación, entreverada de cascadas y senderos, se levanta el mayor monumento surrealista del mundo.
Un santuario colosal de ideas y quimeras, tan inútil como bello, que parece el escenario de las aventuras de la Alicia de Lewis Carroll. Construidas, a lo largo de 20 años, con cemento Portland tipo 1, hay 36 estructuras que parecen trampantojos de Escher: escaleras que no llevan a ninguna parte, columnas que soportan el peso infinito del aire, puertas al campo, flores inverosímiles, anillos o estructuras góticas y egipcias. Este capricho estrafalario se llama Las Pozas, aunque en el pueblo se refieren a él como «el jardín del inglés», porque su creador se llamaba Edward James y era un aristócrata millonario envenenado por las alucinaciones de su propio inconsciente. Tímido, esteta, terco, atractivo e inteligente, fue el olvidado catalizador de artistas principales de la vanguardia.
En los años 40 del siglo pasado, huyendo de la guerra y de un matrimonio desastroso, este escocés acaudalado y excéntrico quedó fascinado por las cascadas del arroyo de La Conchita. Mientras nadaba desnudo, vio descender por la cañada una gran nube de mariposas monarca que cubrió el cielo, creyó que eran ángeles tutelares, de manera que compró 40 hectáreas de selva a dos kilómetros de un pueblo cafetalero y decidió erigir su fantasmagoría como, 400 años antes, había hecho Vicino Orsini en el sacrobosco de Bomarzo, cerca de Roma.


Después de viajar por medio mundo con su mascota, una boa constrictor, James encontró la paz en la jungla mexicana de la Huasteca potosina, creando un universo de quimeras surreales y un edén de orquídeas exóticas. Más de 18.000 quedaron arruinadas por una helada en 1962. Fue entonces cuando James quiso construir la belleza sobre pilares que ni los elementos ni el tiempo pudieran corroer. Adoptó a la familia de Plutarco Gastélum y convirtió a este indio yaqui en su Sancho Panza.
Allí, en la jungla, fue proyectando su laberinto interior, su compulsivo mundo emocional, sus fantasías oníricas: una casa modular sin suelo y sin techo, pero con puertas y ventanas abiertas al buen tuntún, pasillos y escaleras, arcos invertidos y columnas delirantes, una casa sin paredes que servía de morada para los pájaros, las mariposas y las serpientes. En uno de los muros escribió a lápiz: «Mi casa tiene alas y, a veces, en la profundidad de la noche, canta».

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